23/12/08

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Estoy perdida, no se donde voy aunque sí se de donde vengo. Necesito una estabilidad mental que en estos momentos me es imposible de asumir. No controlo mi mente y estoy empezando a no controlar mi cuerpo.
No es que tenga necesidades físicas, todo lo contrario, es un acto egoísta el de no dominar mi cuerpo. Un acto en el que intento robar vida, luz, a la persona que se presta.
Y estoy empezando a creen que eso no es bueno del todo. Estoy empezando a no saber qué quiero, ni con quién. Necesito alejarme para encontrarme a mí misma porque estoy perdiendo el control sobre mi persona. Tengo la sensación de estar a punto de estallar.
Mis definiciones de sentimientos estan desapareciendo, ¿Cuál es la diferencia entre amor y necesidad?
Estoy perdiendo hasta la frontera entre las palabras.

9/12/08

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Soy todos los kilómetros que he recorrido.

8/11/08

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Últimamente tengo la sensación que la rutina me absorve la inspiración, el conocimiento, que me arrastra a una superficialidad que me pone enferma, que me estremece. Siento la necesidad de buscar maniobras de escapismo pero, ¿Cuándo?, ¿Dónde?.
Llamémosle París, llamémosle dieciséis del uno de dos mil nueve. Llamémosle dieciocho años. Llamémosle mochila, libreta, libro, cámara, música y yo misma. Llamémosle tres días de escapar de la realidad. Llamémosle vida buscada (y necesitada). Llamémosle GANAS, sí, en mayúsculas.
Sé que tengo algo dentro que debo sacar y estoy empezando a pensar que no sé cómo hacerlo. La rutina me está secando.

4/11/08

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El tercer día del mes once a las diez y doce minutos de la mañana volví a encontrarme con mi casualidad. Después de tres meses no habíamos cambiado, o eso parecía, al menos, el aspecto físico era el mismo. Nos dimos un abrazo de esos grandes y extraños, esos abrazos que huelen a rareza. Hablar del tiempo, hablar del trabajo (y los múltiples tópicos típicos). Una biblioteca antigua, pero bonita, con cuadros grandes arriba de las inmensas paredes, con silencios eternos y oscuros y un mar de letras. Un claustro con peces que se asustan. Un no sé qué hacer, qué hacemos aquí, qué queremos hacer. Qué, qué, qué, qué, incesante. Caminar. La historia en papel, imprimida, la tinta clavada en los hilos del fino papel, eterno. ¿Acaso hay algo que dure para siempre? Las letras negras en papel blanco que escriben un mundo aparte, el nuestro. Gírate, no mires. Un corazón rojo, indecisión. Se abre una puerta, ninguna avanza, sigue abierta, se cierra rápido. Nos sacamos las corazas. Alma contra alma nos rozamos. Tenemos compañeros de habitáculo. Flagelar suave, flagelar bonito, con las manos, con las bocas. La desnudez. Dos símiles que parecen uno. Me pierdo en su cintura. Agarrar fuerte sin cesar, no me sueltes. Cronos ataca y el instante cálido, efímero, se esfuma. Con rapidez asombrosa nos colocamos de nuevo las corazas. Salimos, nos peinamos, qué bien se nos da disimular, casualidad. Nos encontramos con más personas. Un abrazo y ya hablaremos esta noche. Rarezas, rarezas, estoy llena de rarezas y posiblemente soy una sin sentido. Pero, al salir, al caminar rozando las Ramblas con la mirada, me di cuenta. La vida está llena de círculos, casualidad, y el nuestro, se ha cerrado. Tú sigues teniendo demasiados abiertos.
Siempre recordaré el momento en que se te erizó la piel, por primera vez…

25/10/08

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Mi casualidad y yo nos encontramos no en un momento, sino en un mundo. Los encuentros nunca se parecen y yo estoy empezando a pensar que en mis encuentros cambia el mundo y no el lugar. Mis lugares ya quedaron exhaustos.
Nos conocimos reivindicando. En nuestro mundo las féminas eran poderosas y escuchadas, eran artistas, pensadoras y creadoras. Hacían crecer y crecían por dentro, cuestionaban y enseñaban. Eran el cúmulo perfecto de sensaciones y pensamientos. El cúmulo humano necesario para el avance de nuestra torpe sociedad.
El primer encuentro en el mundo de la reivindicación fue efímero, como también lo fue nuestro romance. Los minutos giraban en el reloj, los segundos palpitaban y yo escuchaba atentamente un kiss kiss, bang bang con acento catalán cerrado. Su aura de vida enternecía a cualquier ser consciente. Pero no fue allí dónde nuestros caminos se cruzaron, en ese momento sólo el destino nos avisaba de que nuestros caminos iban a cruzarse con intensidad, mucha intensidad, en un futuro próximo, no muy lejano.
La tecnología (como siempre, de por medio) facilitó el encuentro de dos destinos, de dos almas reivindicativas y mágicas, dos almas extrañas que por curiosidad de la breve vida debían encontrarse en una ciudad condal.
Después de horas y días deshaciendo palabras, removiendo ventrículos y palpitando en el costado izquierdo, mucho demasiado, sucedió, era el encuentro, la cita, el gran día.Uno cuatro del séptimo mes del año que suma diez, el muelle era nuestro objetivo pero mi casualidad y yo teníamos objetivos particulares que no habíamos compartido.
El nerviosismo acelerado del encuentro pactado con una persona conocidamente desconocida hizo que no pudiera dormir mucho esa noche, contaba las horas, los minutos, los segundos y las palpitaciones. Le pedía al reloj que acelerara lo posible, que no se durmiera en las agujas, se lo imploraba.
Una estación, una profesora de música hablando sobre un casual mismo trabajo de investigación que yo (compañera de la casualidad) estaba elaborando y una aparición, una cabellera dorada asomaba por una esquina y se disponía a bajar unas veinte escaleras rotas y mugrientas. Camiseta azul celeste se me acerca por la derecha y tímidamente mi casualidad me esboza una sonrisa cómplice, un aviso que ocularmente me implora a acabar mi conversación, no es un ruego, es una necesidad, la necesidad de estrechar ese pequeño encuentro entre dos cuerpos de símil género.
Después de condensar un acercamiento entre dos organismos mi casualidad sacó de su cápsula colgante dos corazones rojos y yo miré asombrada. Procedimos después a darnos nuestros respectivos regalos para que la nostalgia nos atacara en un futuro. Cogimos un tren dirección a alguna parte, subimos y nos sentamos. Ella al lado de la ventana, qué tontería llegaste a hacer mi casualidad, no miraste por ella ni un segundo. Yo me senté a su lado, y delante, una mujer espiaba por encima de las letras de un libro, curiosa, cotilla. Comienza el trayecto, próxima estación mirarnos a los ojos y darnos la mano. Saca la música, la música en la piel, a todas partes y con nosotras multiplicada. Grupos extremoduros o con jarabe (de palo) que nos ayudaban a curarnos, a acercarnos, a bautizar las bandas sonoras de ese nuestro día, las bandas sonoras con las que nos recordaríamos siempre, hasta la eternidad.
Mi casualidad y yo nos dimos la mano y la señora curiosamente cotilla que asomaba los ojos bajo unas lentes y por encima de un libro, nos miró, con cara de desprecio, pero no tenía importancia. Ella y yo éramos dos organismos compatibles que nos habíamos encontrado y esa señora, a nuestro parecer, solamente estaba dotada de unas lentes que no le dejaban ver bien el mundo.Próxima parada la ciudad condal. Bajamos para dirigirnos a un sitio especial, en una plaza que es roja en los juegos de mesa. Las columnatas de ese sitio me inspiraban, eran medio románticas, con una naturaleza viva que me obligaba a mirarlas mientras mi casualidad permanecía a la espera. Las miré, las conocí y las palpé durante un largo rato. Mi casualidad salió enfurecida. Las gentes no comprenden que las personas queremos que se hagan las cosas bien. Pero no importa, volveríamos luego, nosotras nos dirigíamos a nuestro lugar secreto. Paseamos calles marrones, oscuras, calles secas que humedecían a nuestro paso, se iluminaban, cogían cromatismo. Nuestras palabras se daban la mano y olían a jabón. Las envolvía una aureola de sueños habidos y por haber. Sueños en los cuales existen pensiones para hacer el amor al compás de la respiración entrecortada, donde vivir es tener un mapa del piano.Llegamos a nuestro destino, el muelle. Con las tentaciones a flor de piel. Nos tumbamos objetos de miradas cómplices, curiosas y cotillas. Nuestros cuerpos se miran, de cerca, se miran tanto que se superponen, se atraen entre sí. Y hablan, hablan palabras sentidas que buscan un acercamiento, una evasión del miedo y la vergüenza.
Y nos miramos, de cerca muy de cerca, tan cerca que hasta nuestros ojos se anteponen. El aliento se roza y mi casualidad y yo nos fundimos en movimientos vivos. Yo le acaricio la larga melena dorada y ella me presta su esencia. Nos seguimos fundiendo. Y no es efímero el instante, es eterno, tan eterno que sufrimos una pequeña muerte exquisita. Después de la exquisitez viene el abrazo, el organismo choca, nuestra pequeña poesía de pálpitos se encuentra y mi alma tiembla mientras mi casualidad me sostiene.
Nos separamos, me separo, imploro lo fortísimo, el miedo, imploro todo lo malo que se ha escondido en ese instante y que ya no se encuentra en mí, pero aún quedan las palabras, los últimos escombros de fealdad.Las palabras se acabaron y las miradas cómplices querían repetir, repetimos, repitieron, sin cesar, sin aliento.
La hora. Ante la mirada atónita de unos italianos caminábamos mano a mano a paso rápido, acelerado. Las gentes nos esperaban para un documento importante. Mi casualidad tenía prisa y yo la seguía de cerca. Caminábamos vías layetanas con pasos rápidos, corridos y corriendo. Ella delante de mí, y yo observándola. Su rubia melena ondeaba al bochorno de ese uno cuatro y yo la miraba sonriente. Continuaba andando, y ella se movía, se escurría entre la gente, entre la muchedumbre que abrasaba con la temperatura de la ciudad.
Llegó al edificio de las columnatas románticas, después llegué yo y ella me esperaba arriba de las escaleras de mármol. Veloces, entramos y mi casualidad recogió el documento. Estábamos sudando, así que necesitábamos un poco de agua fría, fría, congelada. Cerraban en breves, así que debíamos darnos prisa. Un lavabo, una puerta blanca que se abre y da paso a un pequeño receptáculo con un espejo. Una puerta que se cierra, unos brazos que se abren. Todo lo que pese al suelo. Yo la observaba apoyada en los azules lejanos mientras ella me repetía incesante como el sudor luchaba con ella. Yo me limitaba a sonreír. Era una curiosa casualidad.
Nos volvimos a mirar, no con una mirada simple, sino con la mirada superpuesta, nos acercamos, los sentimientos se nos echaron encima y volvimos contra los azules lejanos a fundir el organismo, a conectar las venas y a hacer una poesía c.p.r. Duró tanto esa fusión, fue eterna, fue mágica, y mis pies se aferraron a ese suelo antiguo para no separarse nunca de la casualidad de mi vida, la que estaba esperando.
Pero el deseo no para al tiempo, cronos mata esperanzas y, a mí, me mato las esperanzas vitales. Nos teníamos que ir. Nostálgicas miramos el lugar. El lugar formaba parte ya de nuestra banda sonora. Debíamos irnos ya. El mundo nos quiere rápidos para que lleguemos siempre a tiempo. Mientras caminamos nostálgicas, húmedas y sonrojadas, captamos instantes, dos manos que se rozaban mientras las alegrías en papel se celebraban. No me veía capaz. Quería que se parasen todos los relojes del mundo y que las agujas giraran al contrario. Pero no me hicieron caso y giraron hacia delante lo más rápido que podían, malditas.
Caminar, caminar, de la mano, siempre. Pensar y soñar, maldecir el tiempo, el encuentro tardío, el futuro viaje. Una estación, unas escaleras mecánicas, un no te atreves, un ya lo verás, una larga fusión dulce y húmeda, y nostálgica, y triste, y noquieroquetevayas mi casualidad. Un adiós y tres llamadas perdidas.
Cuatro cinco minutos para pensar al ritmo del latido de la música. Nuestra música, la banda sonora, el olé el standby y todas esas letras que tanto han significado.
Y los días siguientes, y las sonrisas, los mensajes surrealistas (pero bonitos). La vida, perdóname casualidad, la VIDA. El día, el maldito día, el día que odiaré siempre. La despedida, la lista de cosas por hacer, después de morirte ven a buscarme, hazme el amor, lento con azúcar, sin aliento. Bésame. Volim te, Adiós.
El viaje.
Llamadas inesperadas en horas intempestivas que me abren un atisbo de felicidad, de sonrisa, de alegría. Dos tres ceros kilómetros de distancia. Dos vidas, dos corazones que laten juntos al mismo tiempo.
La espera. El creído final.
Casualidad causal, tu aparición devolvió a mi vida el camino, el sentido, el amor, la vida, la creencia. Casualidad, mi casualidad, lo nuestro fue efímero pero duradero, una contradicción, somos una ecuación sin resultado. Te he encontrado, tu eres la y a mi x. Tú eres los tres días y trece horas que tendría que haber andado para encontrarte después de ese día en la ciudad condal. Eres las puertas abiertas a un nuevo mundo, un recuerdo inolvidable, un deseo futuro.
Casualidad, mi casualidad, no te pierdas, que eres eterna, por favor. No te pierdas mi casualidad que yo, la x, te sigo recordando, cada día, SIEMPRE.
Sé mi casualidad eterna.

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Acostumbrada a acendrar los acromáticos adentros de las caricias, sufría como acabose el abandonismo a lo acerbo. Aborrecía lo abstruso sintiéndose únicamente abertzale del alma.
A posteriori, hacía ademán de acorazarse delante de cualquier sentimiento que podía parecerle una amenaza. Pero, en sus adentros, un ácrata ahogado se abandonaba a los acontecimientos.
Ella se ausentaba aliterando...