27/4/09

Después.

Puedo decir que he tardado meses en escribir un después para esta experiencia, la que puedo llamar una de las mejores experiencias que llevo en mi corta vida. Estoy orgullosa de mi decisión, estoy orgullosa de haber montado un viaje como tal, de mi decimoctavo aniversario con las puertas abiertas en la ciudad del amor, de mis locuras cumplidas sin pensar apenas y de toda la gente que, aun pensando que soy una excéntrica, sigue creyendo que mis impulsividades tienes fundamento.

He cambiado desde que cogí ese avión en el Aeropuerto del Prat, la ciudad me cambió, aunque yo tampoco esperaba menos de ella. Soy diferente, eso no sé si es bueno o malo pero creo que puedo decir que soy mucho más feliz que cuando me fui.

Ahora camino con una nostalgia inconsciente, no sé qué tengo que me une con esa ciudad, sólo sé que esa unión inevitable está y estará siempre presente en mi vida y que yo no puedo hacer nada para remediarlo. La nostalgia me persigue, es mi sombra, mi oscuridad y puedo decir que en cierto modo es justificada. Yo me muero de ganas por volver, solitaria, acompañada, tengo ganas de sentirla de nuevo.

Ahora de eso no me queda nada. No queda nada del todo. Nada palpable, nada que pueda oler a las crêpes con chocolate de la rue des Abesses. Sólo me quedan dieciocho páginas, dieciocho páginas de nostalgia para mis dieciocho años, dieciocho páginas que leo entrecortadamente en las tardes de domingo cuando no puedo aguantar más esa nostalgia parisina y me paro, me siento, y vuelvo a imaginar que cojo un avión a las siete y cincuenta minutos de la mañana, mientras de fondo están sonando las más bellas canciones de amor en lengua francesa, volumen uno.