Tampoco ella es la niña frágil de una novela femenina. Lo que me enloquece es la naturaleza ambigua de esta nínfula —de cada nínfula quizá—; esa mezcla que percibo de tierna y soñadora puerilidad, con la especie de vulgaridad descarada que emana de las chatas caras bonitas en anuncios y revistas, el confuso rosado de las criadas adolescentes del viejo mundo (con su olor a sudor y margaritas arrugadas.) Y todo ello mezclado, nuevamente con la inmaculada, exquisita ternura que rezuma del almizcle y el barro, de la mugre y la muerte.