16/3/09

Día 3.

Viendo los premios de música me dormí sin darme cuenta, y las melodías se propagaron en esas finas paredes. Me levanté a las cinco, con Montmartre lleno de niebla, así que me volví a dormir hasta las nueve y diez. Cuando me levanté seguí el mismo ritual del día anterior: levantarme y sonreír. Estaba emocionada porque era mi último día en París y realmente la ciudad me había vuelto a cambiar.

Me arreglé. Crema de manos y protector labial. Nuevo jersey. Llevaba ya París en la sangre. Bajé a por las tecnologías y mi mundo no se había comunicado conmigo así que subí rápido, hice la maleta-mochila y me fui de la habitación número doce de la primera planta del Hotel Utrillo de Montmartre. No estaba triste porque tenía la sensación que volvería allí, no sabía si pronto o tarde, pero volvería. Dije au revoir a la recepcionista, no sabía su nombre ni quería saberlo. No había preguntado el nombre de nadie de los que había conocido allí. Quería que formasen parte de mi paisaje como las manchas de pintura de Goya que se mezclan con el espacio, y en mi caso, con el tiempo y conmigo misma. Despedí ese, mi hotel, el que me había dado cama durante mis días de reencuentro, el hotel a módicoprecio y espaciorelativo. La cama que me había despertado al ritmo de la cité.

El cartel del hotel, lila, se iba haciendo cada vez más pequeño. Me despedí del Café Bruant, de la pescadería, de le Tabac, de le Café des Deux Moulins, del crepero de la izquierda, hasta de la parada de Blanche.

Cogí el metro y me bajé en la Île de la cité. Yo y mis iluminaciones caminamos alrededor de toda la île semiperdidos. Pero estaba en París, ¿no? Aunque estés perdido siempre te reencuentras. Yo, en mi faceta de caracol (llevaba toda mi maleta encima) crucé un puente y me puse a llorar. En una de las entradas hacia el Sena había una declaración de amor. Decía que eran dos puntos cardinales que se atraían. Bonita metáfora. Y yo me quedé allí, ante esa poesía callejera con mi casa encima y pensando. Querría parafrasear a Neruda y decir: “Yo quiero escribir estas palabras, un día, en París”.

La inercia y el tiempo me llevaban así que seguí andando. Llegué a Nôtre-Dame, hice las fotos pertinentes pero no encontré al jorobado así que me fui caminando Boulevard St. Michel abajo hasta que llegué a la Sorbonne. Una escultura dedicada a August Comte hizo que me acordara de Pilar Puimedón y de sus clases de literatura. No pude pensar mucho más porque me di cuenta que los Jarines de Luxembourg estaban detrás de mi espalda, a mi acecho, y corrí hacia ellos.

Entré después de hacer una especie de rito iniciático. Coger mi cámara, fuerte, y preparar el cerebro para escribir todo lo que sintiese. Lo primero que vi fue una escultura en memoria de Simone de Beauvoir y todas las reinas, regentes o princesas. El palacio, la fuente, el verde, el arte. Cogí una silla verde y me senté. Había parejas que se amaban, amigos, curiosos, pero todo el mundo se envolvía de esa atmosfera real. Yo hasta fantaseaba con una vida de regente o princesa. Sólo me faltaba el príncipe y en ese momento apareció. Era apuesto, alto, moreno, llevaba un abrigo largo gris y una bufanda roja y se me quedó mirando y me sonrió. En París todo el mundo me sonríe. Ese pasó a ser el sujeto de mi fantasía en el Palais de Luxembourg. No duró mucho ya que yo me fui mientras él me miraba. Tenía hambre, o no, ansiedad, volvía ese mismo día, a las nueve de las noche habría cambiado de país como quien cambia de ropa interior. Y eso no era lo peor, lo peor era que yo sabía que no quería volver.

Había un McDonalds que parecía un escaparate ya que la gente, mientras comía, miraba a la calle. Vi un chico con unos cascos grandes, ojos azules, que estaba pensativo y pensé que se parecía mucho a David. Entré y comí. Los que se sentaban a mi lado me miraban como analizando el porqué alguien que parecía normal llevaba tantas cosas encima. Yo les sonreía, hasta que terminé de comer y me dirigí al Pantheon. Y se puso a llover mucho pero yo no saqué el paraguas y dejé que París me mojara entera y que me calara los huesos. Lo estaba sintiendo dentro. Estaba manteniendo una relación temporal con la ciudad.

Cogí el metro y me bajé en Opera. Quería llegar temprano al aeropuerto por si las moscas. Me quedé largo rato mirando la opera y pensando que allí había empezado todo, mi proceso, mi reenamoramiento. Veía parejas que andaban perdidas y yo escondía la sonrisa. Me sentía de la ciudad, me podía mover sin siquiera mapa.

Me dirigí a la rue Scribe con lágrimas en los ojos pensando que se acababa todo y que yo no quería, y no quería y… y el Roissybus se asomó y lo cojo o no, esas mariposas incesantes en la barriga que te avisan que estás en una encrucijada, que debes decidir algo, que debes ir hacia delante o asumir las consecuencias, lo cojo o no, lo cojo o… Bonjour, 8,5 euros. Ya estoy dentro. Ya no puedo hacer nada. Ya me alejo. Ya no la huelo…

Me puse el iPod, el cual no había utilizado en todo el viaje, y le puse banda sonora a mi marcha de la ciudad. En realidad no quería que se acabara nunca ese viaje. No quería, no… Pero en ese momento oí decir en tres idiomas distintos que estábamos llegando al Aeropuerto Charles de Gaulle, oh, no…

Llegó a mi terminal. Quedaban unas tres horas para que cogiera mi vuelo y no había muchas cosas que hacer en el aeropuerto. Me fui a le toilette y me puse bonita. Parecía que viviera allí. Después, como buena opción decidí comprarme una Pepsi y sentarme a escribir en la mesa del bar. La Pepsi estaba mala y yo, torpe de nacimiento, le di un golpe y se me derramó en parte de la mesa, ¡Muy bien Andrea, tu discreción es negativa!

Cuando acabé me senté en uno de esos asientos de esperar en el aeropuerto y mientras veía pasar militares yo escribía, y escribía, y escribía. Hasta que decidí pasar el control para entrar. Puse las cosas, pasé y pitó. ¡Doble! Una mujer policía empezó a cachearme y yo me moría de la vergüenza y más cuando me di cuenta que había pitado porque llevaba una horquilla en el bolsillo. Me dispuse a irme cuando un hombre alto y fuerte me dijo si podía abrir la mochila. Yo le dije que sí pero me la abrió él, muy amable. Se quedó alucinado cuando vio que mi mochila era un verdadero tetris. Me dijo no sé qué en un francés que no conseguía entender. Sacó mis orejeras y mirándome la cara de: ¡Este hombre lo está cotilleando todo y me está poniendo nerviosa! Las dejó donde estaban y, para colmo, sacó la bolsa de la ropa sucia, y yo ya no podía sufrir más bochorno en ese momento… o sí. El hombre de buena fe me dijo que le sacara el contenido de la bolsa. Yo no podía creer que me estuviera pasando eso y le dije al hombre en un francés nervioso que había ropa sucia y el hombre me dijo, encima, que había algo duro entre la ropa. Yo pensé en ese instante que ese hombre tenía poco conocimiento anatómico el sostén. Como el hombre seguía con su negativa, le saqué una prenda de cada a ver si así me podía hacer caso y el hombre, ya colorado, me dijo que ya podía guardarlo. Yo, con mi genio, intenté volver a montar mi tetris o también llamado cáscara de caracol cuando el hombre se me acercó y me dijo en un francés sensual que dónde iba y que porqué había ido a París y de repente entró en una especie de rol de seductor que rápidamente corté. Y empecé a caminar hacia la zona de embarque, con una risa floja que no cesaba.

Me pasee por esa moqueta azul limpia típica de los aeropuertos y me senté en la pantalla que vi anunciado mi vuelo. Se me sentó un albino al lado que miraba al vacío y empecé a percibir personas que hablaban catalán, estaba volviendo a la realidad…

A los pocos minutos anunciaron mi vuelo y yo me apresuré a hacer cola, no me gusta ser de las últimas. Entré en la pasarela, se acababa, se estaba acabando y era inevitable, el destino. Me senté al lado de la ventana, como a la ida, iba a ver como se hacía de noche en las nubes. Miré tan atenta que me lloraban los ojos, y del cansancio, me dormí. Me despertó una voz diciendo que habíamos llegado a l’Aeroport del Prat y me puse en tensión. Paramos, y empecé a andar dirección a la salida, pasajeros sin maleta, y bajaba hacia la salida del aeropuerto… parecía mentira. Salí por la puerta grande con la nostalgia puesta encima y dejando rastro de tristeza en el suelo de ese recinto y me encontré con una realidad que me esperaba, una realidad feliz y emocionada. Una realidad con carteles que anunciaban mi llegada, mi esperada llegada, el cuánto les había faltado y yo, con mi nostalgia encima, paré el rastro de tristeza y lloré, de alegría.

Salí a la fría calle con dos manos que me agarraban fuerte y que no se creían que estuviese allí. Y empezó todo lo corriente, lo rutinario, la vida normal, sin francés presente diariamente, sin calles adoquinadas, sin crepes de chocolate para cenar, sin Amélie Poulain en mi cabeza, sin luces de neon…

4 comentarios:

Juan A. dijo...

Muchas gracias, querida amiga, por esta tercera jornada. No me ha decepcionado. Necesitaba esta conclusión de un viaje ritual y/o iniciático, catártico. Qué, si no eso, es en realidad un viaje a una ciudad mítica, legendaria, como París? Un espacio que preexiste desde siempre, desde un recuerdo siempre anterior, definitivamente previo?

Pero hay que volver, no es cierto?
Siempre volvemos.

Habrá más viajes, más relatos. O eso quiero pensar.

Un beso.

Juan A. dijo...

He visto tu Tumblr. Bueno, ya sólo falta subir imágenes.

Por cierto, por favor, dame tu dirección de correo electrónico, que no la tengo y necesito enviarte algo.

Gracias. Besitos.

CA dijo...

Te he leído, qué bonito. Paris es...
Me gusta tu blog. Aren't you igual? Así pues, cómo eres?

Rubén Darío Carrero dijo...

-Tus ojos y los viajes-.

(Buen titulo para..., ¡no sé!, tal vez escriba algo esta noche).

Días, días, días...de donde vienen?